La zapatilla se le llena de agua cuando pisa un charco. Corre por la calzada, casi vuela sobre el asfalto, las luces de los semáforos y los focos difuminadas en medio de la luvia. Su ropa está empapada; el paraguas quedó olvidado en casa.
No puede dejar que se vaya. Sabe que probablemente llegue tarde, y mientras las gotas resbalan por su frente, sudor y agua mezclados, piensa que ha cometido uno de los errores más grandes de su vida.
Ella no supo interpretarle, piensa mientras se cuela entre dos coches, detenidos en un cruce. Claro que tampoco tenía por qué hacerlo. No podía pedirle que adivinara lo que se removía en su mente y, sin embargo, lo había hecho. Ahora, lo lamenta, pero teme que ya no pueda hacer nada.
Cuando entra en la estación, se da cuenta de que incluso allí, bajo la amplia techumbre modernista, el suelo está mojado. Mira hacia los enormes paneles electrónicos donde se marcan las entradas y salidas, y ve que el tren que sale hacia Badajoz está a punto de partir en uno de los sectores descubiertos, al fondo de la estación, y quizá demasiado lejos.
No va a llegar.
Aora, recorriendo a toda velocidad el edificio, sorteando colas, maletas y viajeros, recuerda cuando, una semana antes, había ido a la misma estación a por ella. Se habían quedado quietos, uno enfrente de otro, mientras decenas de pasajeros salían del mismo tren. La maleta quedó muerta a sus pies, olvidada.
-Hola.
-¿Sólo hola?
Y ella saltó hacia él, abrazándole con tanta fuerza que llegó a pensar que moriría entre esos brazos. Pero no habría sido mala muerte, después de todo lo que habían pasado. Tanto tiempo separados, tantos sueños ansiando cumplir... y ahora tenían dos días para cumplirlos.
Y los habían cumplido. Habían paseado, llorado, reído. Habían pasado horas abrazados, sin hacer nada más que disfrutar de los latidos del corazón del otro contra su pecho. Pero todo se había roto al final, cuando a él le había dolido demasiado la perspectiva de que ella se fuera y se enfadó con el mundo, pero pagándolo con su amiga.
Incluso cuando se acerca al andén, ya ve, desde lejos, que el tren está abandonando la estación, poco más que un punto blanco en medio de la oscuridad de la tormenta. Abatido, frena lentamente bajo la lluvia.
A un lado, hay una figura sentada en un banco. El pelo negro le cae sobre el rostro, que mira el suelo. La reconoce, lo habría hecho en cualquier contexto. Allí, bajo la lluvia, parece un sueño. Se acerca a ella.
-Has perdido el tren.
-Saldrá otro. Necesito pasar más tiempo aquí.
De nuevo, esa cadencia, ese ritmo, ese arrastrar de las palabras suave y relajante, esa tenue reminiscencia a campos y a sol que siempre trae su voz. Sonríe.
De repente, se da cuenta de que el suelo que pisa está seco.
Para Acentillo. Tengo una sorpresa para ti...
Impasibilidad y relativismo
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Cuando la impasibilidad y el relativismo alcanza a todas las capas de la
sociedad y la política, ocurren cosas como la de ayer. Sucede, no sólo que
miles d...
Hace 11 años
1 comentario:
Simplemente espectacular.. =)
Una mujer feliz.. mua!
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