miércoles, 19 de noviembre de 2008

Un sueño de tantos

El aire sobre mi piel, refrescándola. La luz del sol en la playa, reflejándose contra la arena y el mar. Las olas, lamiendo rítmicamente la orilla. Un embarcadero que se interna en el agua, y un poco más allá un faro que se recorta contra el horizonte.

A mi lado, tú. Tu mano acaricia la mía, apenas un leve roce, pero apreso tus dedos, sin dejarlos escapar. Sonríes, y ya no sé qué es más luminoso, si el sol o tu sonrisa. De repente, se borra de tu rostro. Tu mirada se endurece y te alejas de mí, sin siquiera mirar atrás.

Suspiro. Aunque no quería pensarlo sabía que iba a pasar.

Ahora ya estoy solo. Las olas, burlonas, siguen rozándome los dedos de los pies.

lunes, 17 de noviembre de 2008

El anochecer

Sobre la colina, admirando el anochecer, el mundo le volvió a parecer un lugar que valía la pena. Había salido de la casa agobiado por los gritos y las discusiones, y en el jardín trasero esperaba hallar la paz que necesitaba para retomar las negociaciones.

Suspiró, y dejó que el aire cálido del atardecer sobre la bahía le alborotara el pelo, cortado al cepillo. Cerró los ojos y aspiró profundamente, impregnándose de los olores del puerto, que se preparaba para pasar la noche, los barcos mecidos suavemente por las olas que besaban los muelles. La sal del mar, el aroma del pescado recién sacado del agua, incluso el sudor de los trabajadores formaban un mosaico atrayente que aturdía los sentidos.

Desde allí arriba, el mundo parecía un lugar agradable, y se permitió un instante de paz, aislándose de todo lo que le rodeaba y que no era el crepúsculo en el horizonte.

-Le esperan dentro, señor.

Alzó la cabeza, apartando la mirada del sol anaranjado que se sumergía en el mar. Asintió.

-Ya voy.

Antes de volver a entrar en la sala acristalada en la que estaban reunidos, decidió que se iba a dejar de medias tintas e iba a poner las cartas sobre la mesa.

Las generaciones venideras también tenían derecho a disfrutar de ese impoluto anochecer sobre el Pacífico.

viernes, 14 de noviembre de 2008

¿Pretendes quedarte de brazos cruzados?

Martes, seis de diciembre.

Hoy ha empezado a llover. Salí por la tarde al patio para meter la leña en el cobertizo y evitar que se moje más de lo debido, pero llegué tarde, y los leños ya estaban empapados cuando comencé a trasladarlos hacia el trastero, cubierto por un chubasquero. Entre el sonido de la lluvia golpeando con fuerza cualquier superficie que tenía a la vista, distinguí un rumor sordo. Me aventuré sobre el barro y vi que el barranco del Moro, normalmente poco más que una torrontera los días de tormenta, bajaba ahora llevando con él un caudal enérgico y violento. Un roble centenario, de esos que abundan por aquí, cayó sobre el improvisado río mientras miraba, pero la corriente lo arrastró sin que le pareciera importar el tamaño del árbol.

Miércoles, siete de diciembre.

Sigue lloviendo. Hacía mucho que no llovía tanto, y por lo que veo en las noticias las pocas veces en que la maltrecha antena de mi tejado capta algo inteligible entre la niebla estática el tiempo está igual de revuelto por todo el país. Mi comunidad está en alerta por fuertes lluvias, y se nos ha recomendado que no salgamos de casa si no es estrictamente necesario. Por Dios, no pienso pisar el jardín hasta que no deje de caer esta cortina continua de agua, que cubre el mundo de un manto gris y brillante.

Jueves, ocho de diciembre.

Estoy empezando a preocuparme. No deja de llover. Tanto es así que ya no recuerdo el silencio del pueblo cuando la lluvia no golpeaba incesantemente los tejados de pizarra o las calles embarradas. El ruido del viento contra los cristales de casa me recuerda al de las campanas tocando a misa de difuntos.
Me temo que, si no cesa esta lluvia pronto, la primavera nos encontrará muertos bajo un montón de escombros mojados y fríos.

Viernes, nueve de diciembre

Hoy ha pasado algo que ha roto la monotonía de estos días casi submarinos. Paco el del molino ha venido a verme, bajo el chubasquero, claro está. Él también quedó viudo hace unos años, y nos hicimos casi amigos. Baja a la ciudad bastante a menudo, y me ha contado que la gente tiene mucho miedo por todo el país. La situación no mejora y ha habido varios muertos. Me ha dicho que tendría que ir a hacer acopio de alimentos por si acaso, pero tengo la despensa llena. Bajaré la semana que viene.

Domingo, once de diciembre

Ayer no tuve tiempo de escribir nada porque dejó de llover y aproveché para salir. Intenté bajar a la ciudad, pero el coche no funciona. La lluvia ha destrozado el motor y me pasé todo el día de ayer intentando arreglarlo. Paco me ha dicho que me ayudará, pero cuando vuelva, porque su hija vino a por él ayer por la noche para llevárselo a Huesca. Me dijo que me bajara con ellos, pero yo no tengo nada que hacer en la ciudad. Aquí estoy más tranquilo.
-La situación se va a poner fea, don Emiliano.
-No te preocupes, hija, he pasado muchos inviernos aquí y mírame, sigo vivo.

Lunes, doce de diciembre

Esta mañana he conseguido ver el telediario. Dicen que va a nevar los próximos días.
Me he quedado sin leche. Mañana subirá el cartero y le diré que me traiga la semana que viene.

Martes, trece de diciembre

Cuando me he despertado esta mañana, la casa estaba helada. La argamasa de la chimenea debió de reblandecerse con las lluvias y la estufa se apagó cuando entró el aire nocturno. No creo que pueda subir a arreglarlo, porque el techo está muy resbaladizo por las heladas. Además, tengo por casa un juego de mantas que nos regalaron en la boda y aún no he usado. Será un buen momento.

Por cierto, el cartero no ha aparecido.

Miércoles, catorce de diciembre

Hoy ha empezado a nevar. Hay días en que parece que el invierno, ingrato y traicionero, tenga algo en contra mía, y eso que yo he aguantado durante años las largas noches de enero en que se empeña en traer en el viento historias de muerte y soledad que yo escucho en silencio. Hoy es uno de esos días. La nieve ya cubre la puerta, y no puedo salir de casa. Las ventanas no están bloqueadas, pero la ventisca es tan fuerte que no puedo abrirlas.

Jueves, quince de diciembre

Mis reservas de comida se han visto reducidas a un poco de carne en conserva y un par de besugos congelados que a saber el tiempo que llevan en la despensa. La situación comienza a darme verdadero miedo, sobre todo porque esta tarde conseguí distinguir algunas palabras del telediario de mediodía: “frío polar”, “sin explicación”, “cambio climático”, “nueva glaciación” y “evacuación”.

Sábado, dieciséis de diciembre

No me queda comida. Puedo pasar varios días sin comer, pero como no deje de nevar pronto…
Hace frío.

Domingo, dieci…

Me duele la mano izquierda. Creo que la tengo congelada. Hasta la tinta está más.. espesa. Dios, qué frío…

Me duele la cabeza y el estómago. Hace frío… no no…




Extracto del diario de Don Emiliano, hallado en los escombros de una casa en el Pirineo español en 2089, tras la gran glaciación, al lado del cadáver congelado, presumiblemente, del escritor.