jueves, 25 de febrero de 2010

Sientes que tu corazón se te va a salir del pecho, que llega un momento en el que no sabes cómo te puedes librar del peso. Pero lo que tienes que hacer, en muchas ocasiones la única salida que tienes para no volverte loco, es olvidar y dar un paso adelante.

Seguir, sin mirar nunca atrás. Seguir, sin plantearse qué podría haber pasado.

lunes, 15 de febrero de 2010

Pequeña reflexión

Hoy todo me sale mal... pero también me sale bien.

domingo, 14 de febrero de 2010

El avión

El dolor no ha desaparecido. En ocasiones, llega a plantearse que quizá nunca lo haga, que siempre permanecerá ahí, en el fondo de su organismo, tapado por otros sentimientos, pero ahí al fin y al cabo, latente, preparado para atenazarle y paralizarle en el momento más inoportuno.

¿Cómo va a desaparecer, por otra parte, cuando hace menos de un mes que recibió la llamada? ¿Cómo va a desaparecer cuando hace apenas dos semanas que le dijeron dónde estaba ella? Recuerda aquel momento, el de la primera llamada, como si fuera ayer. Sabe que no ha sido así, pero siente que ya nunca podrá olvidarlo. Cayó de rodillas, el teléfono solitario en el suelo del comedor, la ensalada fría enfriándose cada vez más encima de la mesa, olvidada.

Por eso, le sorprende más que nunca lo que ve cuando entra en Internet. A veces lo hace, simplemente para intentar olvidar, para evadirse, como si en la red pudiera encontrar un consuelo que teme no existe. El trayecto es siempre el mismo: un buscador, seis letras, un enter.

Pero algo es diferente ese sábado.

Un titular grande, que de inmediato le recuerda a aquel que le cambió la vida para siempre. El corazón se le encoge, y más cuando lee una cita ente comillas, como si alguien lo hubiera dicho. Pero eso no es lo peor. Lo peor es ver el vídeo que figura a un costado.

Parpadea. Comprueba la cabecera del periódico.

De repente, como si todo en su vida hubiera decidido ponerse boca abajo para simplemente acabar con la monotonía de una manera cruel y sádica, también su percepción sobre ese medio de comunicación en particular cambia. Le vienen a la mente todas las discusiones con ella por ese mismo periódico. Ella lo ataca, él lo defiende.

Le da al play. Ni siquiera se quiere saltar la publicidad. De hecho, le viene bien para respirar hondo y tranquilizarse o, al menos, intentarlo. Cuando el vídeo en sí comienza, siente un nudo en el estómago.

Ve el avión deslizarse sobre la pista, elevarse y caer a los pocos segundos, hasta convertirse en una bola de fuego, humo y muerte. Pero él no se fija en el avión, sino en una ventana. En uno de los cristales redondos de los costados del aparato, donde, quién sabe, podía estar ella, mirando hacia el aeropuerto, quizá pensando en él.

Las imágenes se repiten una y otra vez, mire donde mire, durante los días siguientes. Cada vez, él sólo se puede concentrar en uno de los ojos de buey, al lado del cual ella podía estar sentada.

Cierra los ojos. Las lágrimas no volverán a caer. No lo permitirá.

No volverá a llorar.

lunes, 8 de febrero de 2010

Sale de su casa temprano. Tan temprano que ni siquiera ha amanecido. La luna quiere retirarse a dormir pero el sol no quiere despertarse. En la equilibrada lucha que se establece en ese momento, ninguno de los dos tiene las de ganar. Será una pelea eterna, de esas que duran toda la eternidad, pero la batalla de hoy acabará en sólo unas horas. Él camina lentamente bajo las hostilidades, sus pies resbalando ligeramente sobre la capa de hielo que cubre el suelo.

Se hunde cuando el paseo desaparece y llega a la playa. Sí, la arena está endurecida, pero eso a él no le importa. Al fin y al cabo, solo quiere mojarse los dedos de los pies. No sabe qué le ha hecho salir de la cama después de toda la noche sin poder dormir. Pero ahí está, en medio de la nieve que comienza a caer.

Tiene frío en los dedos, pero al menos eso le recuerda que está vivo. Que siente. Que todo sigue igual.

Pero no se va a lamentar más. Las olas besan sus pies.

Y él toma una decisión.

sábado, 6 de febrero de 2010

Últimos momentos

Estaba sentado en la oscuridad. El humo del cigarrillo que tenía entre los dedos ascendía en volutas caprichosas hacia las lámparas apagadas. La luz que salía de ellas era, aproximadamente, la misma que tenían sus ojos. La había perdido cuando se llevaron a Silvia y Sofía.

Esa misma mañana le había llamado Roberto. "Van a por ti. Esta misma noche". Él se había encogido de hombros. Sabía que ese momento llegaría. Ahora, lo esperaba. En la oscuridad, acariciaba el rifle casi con cariño. El resplandor de las luces de la calle sobre la superficie bruñida le recordaba a Sofía, al color de sus ojos.

Los faros del coche alumbraron el interior del recibidor. Él apuntó con tranquilidad a la puerta.

Segundos más tarde, llamaron. Segundos más tarde, disparaba.

Pronto estaría con ellas.

jueves, 4 de febrero de 2010

El vaso

Llegas a casa y te recibe el silencio. La luz de las farolas tras las ventanas, una televisión apagada, una mesa vacía. Te recibe la comida fría y la cama fría. Te recibe la soledad. Y en la soledad piensas.

Lo pones todo en una balanza, de esas antiguas con un peso en el centro. Pones las lágrimas, los suspiros, los ojos enrojecidos, la inutilidad, el saco de boxeo en un plato, y cuando intentas poner algo en el otro... no encuentras nada.

Poco a poco, la vida se tiñe de grises y de olores acres. El mundo pasa a tu alrededor sin que te des cuenta de que está girando. Y a la vez te sientes asquerosamente egoísta y pedante, y poco o nada puedes hacer para sonreír cuando en la mesa sólo te espera un vaso de leche frío.

miércoles, 3 de febrero de 2010

De caza

Caminan por la ciudad como una manada de los lobos de los cuentos. Mirada acerada, los dientes chirriantes y las manos (zarpas) flotando a sus costados, como si fueran ajenas al cuerpo que avanza por seguridad por las aceras desiertas. No son más de cuatro o cinco, pero parece cien. Doscientos. Mil.

Los adoquines respetan silenciosos su pesado andar. Botas tachonadas de clavos y chupas de cuero. Aspecto agresivo. La noche es el manto perfecto para ocultarles. Es el momento perfecto en el que pueden quitarse las caretas.

Una bachata resuena a través de las ventanas entreabiertas de un local. Ellos se mira y respiran hondo. Aspiran, mejor dicho.

Ya huelen el miedo.

martes, 2 de febrero de 2010

Mundo de grises

Y hoy vuelves a hablarme, y vuelvo a verte desaparecer en una noche fría, bajo el verde de una luz perdida. Y vuelvo a verte al amanecer, bajo el gris de un sol que lucha por nacer, andar cabizbaja hacia una vida en la que no estoy yo. Y siento de nuevo partirse en dos algo dentro de mí, de nuevo te veo perdida en un portal, caminando por una ciudad a la que no le importas, sintiendo tu vida derrumbándose lentamente sobre ti como un castillo de naipes sujetado hasta el momento por el azar.

Por eso no puedo escuchar tu voz. Porque todo me huele a ti, porque todo me sabe a ti, porque todo me recuerda a ti. Porque cuando no estás, quiero que estés, y cuando estás, no quiero que estés. Porque te hice daño y tú me lo hiciste a mí.

Porque el dolor, simplemente, nos mantiene a flote. Es el negro en un mar de grises. El blanco es para otros.

Último amanecer

El animal recorría la casa sin muchos miramientos. Paseaba con aire indolente por las habitaciones. Era un inmenso gato blanco y negro, de mirada franca y porte majestuoso. Tenía una inmensa mata de pelo sedoso que le hacía fácil de acariciar.

Aun así, nadie le tocaba.

La historia podría haber sucedido una solitaria noche de invierno, en medio de una ventisca, o con la casa azotada por un huracán de principios de otoño. Pero no fue así: aquel día hacía calor. Era muy de mañana, apenas las seis, cuando Pelusa entró en la habitación de Eduardo. El hombre no se percató de la presencia del gato hasta que le tiró de la cama con un golpe en sueños. El maullido de Pelusa le hizo abrir los ojos. Cuando la mascota volvió a subir de un salto, Eduardo ya estaba completamente despierto. Clavó la mirada en los ojos ámbar del gato.

-¿Ya es mi turno?

El animal no contestó. Él respiró hondo, y el aire supo a miel y a papel y tinta, y a tabaco y a whiskey de noche. Apoyó al cabeza en la almohada y volvió a cerrar los ojos. El sol comenzaba a entrar por la ventana. El continuo ronroneo de Eduardo le acompañó mientras conciliaba de nuevo el sueño.

Por última vez.