lunes, 17 de noviembre de 2008

El anochecer

Sobre la colina, admirando el anochecer, el mundo le volvió a parecer un lugar que valía la pena. Había salido de la casa agobiado por los gritos y las discusiones, y en el jardín trasero esperaba hallar la paz que necesitaba para retomar las negociaciones.

Suspiró, y dejó que el aire cálido del atardecer sobre la bahía le alborotara el pelo, cortado al cepillo. Cerró los ojos y aspiró profundamente, impregnándose de los olores del puerto, que se preparaba para pasar la noche, los barcos mecidos suavemente por las olas que besaban los muelles. La sal del mar, el aroma del pescado recién sacado del agua, incluso el sudor de los trabajadores formaban un mosaico atrayente que aturdía los sentidos.

Desde allí arriba, el mundo parecía un lugar agradable, y se permitió un instante de paz, aislándose de todo lo que le rodeaba y que no era el crepúsculo en el horizonte.

-Le esperan dentro, señor.

Alzó la cabeza, apartando la mirada del sol anaranjado que se sumergía en el mar. Asintió.

-Ya voy.

Antes de volver a entrar en la sala acristalada en la que estaban reunidos, decidió que se iba a dejar de medias tintas e iba a poner las cartas sobre la mesa.

Las generaciones venideras también tenían derecho a disfrutar de ese impoluto anochecer sobre el Pacífico.

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